Buscador de la Verdad by William Nicholson
autor:William Nicholson [Nicholson, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2005-04-23T04:00:00+00:00
20
* * *
La Ciudad de los Vagabundos
Al sur del Imperio de Radiancia, siguiendo las orillas del gran río, había una sucesión de suburbios formados por chabolas y refugios improvisados conocidos como la Ciudad de los Vagabundos. El crepúsculo ya estaba cerca cuando el Dama Perezosa avanzó lentamente río arriba hasta el amarradero entre los juncos de lo que Salvaje llamaba su hogar. Una multitud de niños andrajosos se congregó para ver cómo amarraban, y desde una cantina cercana llegó el sonido cantarín de una concertina que acompañaba el canto de unos borrachos. Las lámparas brillaban en los estrechos y sinuosos callejones y el viento arrastraba el humo de cientos de fogones por el cielo, que se iba oscureciendo lentamente.
Buscador y Estrella Matutina jamás habían oído hablar de la Ciudad de los Vagabundos, y su extensión los dejó boquiabiertos.
—No sabía que hubiera tantos vagabundos.
—Hay más de los que puedes encontrar en la Ciudad de los Vagabundos —dijo Salvaje—. Hay vagabundos por todas partes. Cuando las personas tienen que abandonar su hogar, esté donde esté, se convierten en vagabundos.
—¿Es eso lo que son los vagabundos? ¿Personas sin hogar?
—Sin hogar. Sin tierra. Sin ley. Sin nada.
—Yo creía que los vagabundos eran ladrones y criminales.
—Tú también serías ladrón y criminal si tuvieras tanta hambre.
Salvaje propuso que sus nuevos compañeros permanecieran en el barco mientras él bajaba a tierra en busca de provisiones para cenar. Dijo que era por su seguridad, pero la verdad es que le daba vergüenza que lo vieran con ellos. Era muy conocido en la Ciudad de los Vagabundos, y sabía que le resultaría difícil explicar qué había sido de su tripulación y por qué viajaba en cambio con esos compañeros mucho más jóvenes.
Los puestos del mercado estaban casi todos cerrados, pero encontró uno donde todavía no habían guardado la jugosa tarta. Compró tres buenas raciones y un salchichón. Después hizo un alto en la taberna del gordo y pidió un vaso de un vino de jengibre peleón. El viento hacía gemir los aleros y parpadear las velas colocadas en jarras, y tres corpulentos mineros de las colinas cantaban una triste canción.
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